miércoles, 21 de marzo de 2007

Vidas paralelas (o cómo kieran llamarle)

Pa' hacerle un poko honor al nombre (cathycuentacuentos)... ahí les va.-

La vida los separa. La muerte se encarga de juntarlos. Tres historias, tres vidas distintas: unidas bajo un mismo hecho.


La mujer
Aurora despertó de pronto. Eran las 12.30. Se había quedado dormida. Otro día más sin asistir a la universidad. Era obvio que iba a suceder. Estuvo hasta la madrugada viendo películas en el nuevo DVD que su madre le había regalado.
Los filmes de terror eran su debilidad. Le encantaban. Podía pasarse días enteros en ello, sin siquiera cansarse. Sin que le dé sueño, sin que le dé hambre.
Aurora tenía 23 años. No estaba casada. No tenía pareja, menos hijos, aunque soñaba despierta con la idea de formar una familia. “Muchas auroritas corriendo por los pasillos, qué lindo”- pensaba.
Ese fin de semana, como muchos otros, su madre viajó al norte para visitar a su abuela, quien hace un par de meses había caído enferma. Se encontraba postrada en cama, sin que ningún médico ni medicamento pudiera ayudar a su recuperación. Por más que lo intentaran, los doctores no podían descubrir la causa de su malestar.
Aurora estaba preocupada, pero no tanto como para dejar de comer. Llamó por comida china, su máximo manjar. Shapsui de pollo y, por supuesto, wantan: su más grande debilidad. “Poco no más Aurora, mira que estás a dieta”- se decía a sí misma.
Metida bajo las sábanas, se propuso a disfrutar cada una de las películas escogidas el día anterior en el club de videos.
El Aro, Estigma, Los trece fantasmas, Sé lo que hicieron el verano pasado. En ese orden iría. Así, hasta llegar a lo mejor. Sin duda, la última película sería El exorcista.
Se la sabía de memoria. La había visto repetidas veces. Siempre lo mismo. Sin embargo, las disfrutaba como si las viera por primera vez, como quien se repite un manjar inagotable, cuyo sabor guarda siempre nuevas sensaciones.
Por la mañana, tomó una ducha larga y alegre. Frotó su cuerpo con su nuevo guante de masajes, se miró al espejo, se pesó- notó que en sólo una semana había bajado tres kilos- ello bastó para que el resto del día fuese fantástico.
Aquella jornada vistió pantalón de tela negro a la cintura, zapatos de taco alto y una blusa blanca bordada. Se sentía la mujer más atractiva del mundo.
Encendió el computador y revisó su correo. Nada nuevo. Sólo uno que otro mail proveniente de algún admirador. Esto ya no la asombraba, mucho menos la hacía enojar. “Tanto gallo jote que existe”- pensaba.
Se conectó al messenger, su amigo más querido.
“Qué lata. No hay nadie interesante conectado”. Era cierto, sólo estaba Manuel, quien desde hace mucho tiempo intentaba conquistarla. Como fuese y, pese a todos sus intentos, nada daba resultados.
“Qué tipo más cargante”- se decía a diario. Pero, como no había nadie más con quien hablar, se decidió.
“Si se pone a jotearme firme, lo saco de mi lista no más”- esa fue la condición.
Comenzaron a conversar. Él estaba fascinado, pensando que esto era un sueño. Ella, en cambio, estaba aburrida. “Que mino más fome”.
Le inventó una excusa y se fue. No tenía tiempo para perderlo en tonteras.
Apagó el computador. Ordenó un poco la casa. Su madre llegaría esa noche. La casa tenía que estar limpia.
Recogió la basura de la noche anterior: latas de bebida, cajetillas de cigarro vacías, y papeles de golosinas. Listo, ahora sí. Sólo faltaba hacer la cama y pasar la aspiradora.
“De eso se preocupa la nana”- señaló.
Tomó las llaves del auto de su padre, quien por su cargo de ministro, debía viajar constantemente. Esta no era la excepción. Se encontraba de gira de Estado por los países de Oriente. Volvía dentro de una semana.
Encendió el motor del auto, pues iría a dar una vuelta. Tenía que hacer algo: estaba aburrida y esto era algo que ella no se permitía.
Condujo lentamente, sin prisa. Bajó por Avenida Italia mientras pasaba por fuera de la casa de Andrés, quien fuese su ex pareja.
El recorrido trajo recuerdos a su mente. Buenos y malos. Se largó a reír.
De pronto, un jeep cambió sorpresivamente de pista, lo que la obligó a bajar, aún más, la velocidad. “No sé cómo les dan licencia de conducir a esos brutos”- murmuró bastante molesta.
Adelantó por la izquierda, quedando justo al lado de una camioneta.
-Qué suerte tengo- murmuró repentinamente el chofer del vehículo –que niña más linda es usted, quién fuese asiento de auto...
A esa altura, Aurora ya no daba más. Si había algo que no soportaba, eran las ordinarieces. Y este tipo, era un gran ordinario.
-Cállese, viejo verde- le gritó desde su auto.
-Igual no más que te gustaría con el viejo verde, ¿cierto?
Aurora sintió que la sangre le hervía, de furia y repulsión. Subió los vidrios del auto, prefiriendo no contestar. Respiró profundamente y puso el gastado caset de Arjona, su máximo ídolo musical.
“Mujeres, que habría escrito Neruda, que habría pintado Picasso si no existieran musas como ustedes, mujeres”- cantaba Aurora, una y otra vez, soñando con que el cantautor se la dedicaba a ella. A veces imaginaba que el cantante la tomaba de las caderas y la estrechaba contra su cuerpo, susurrándole al oído las letras de sus canciones. Suspiraba, Aurora suspiraba sabiendo que a pesar de su gran belleza, esto jamás sucedería. “Debería haber sido cantante, así sería más fácil acercarme a él”- agregó.
Continuó su camino, acelerando de vez en cuando, sin mucho más que hacer.
De pronto sacó de su cartera el celular, aquel aparato al que tanto amaba. Discó un número y activó sus ‘manos libres’.
-Aló Cata, ¿cómo estay? soy yo, la Auri.
-¡Galla! ¡tanto tiempo! Me teniai súper preocupada. ¿Por qué no hay venido a clases?
-No he podido. He tenido cosas que hacer.
-Okis, filo. Cuando nos vamos a juntar pa’ copuchar. Tengo miles de informaciones que te encantaría saber.
-Me imagino. Te llamo mañana. Ahí nos ponemos de acuerdo ¿ok?
-Vale, no te olvides.
-No te preocupes. Te tengo que cortar porque el tránsito está asqueroso.
-Qué atroz. Ya, maneja con cuidado. Chau, chau.

Volvió al centro de la ciudad, escuchando una nueva canción de Arjona. “No puede ser, que día más fome. Tengo que buscar algo que hacer”- se dijo.
Recordó entonces que en Ripley habría descuentos durante todo el día.
“qué hago aquí”- salió disparada hacia el local. Estaba buscando un lugar en el estacionamiento, cuando de pronto se sintió atraída por los gritos que llegaban desde la esquina. Salió a mirar. Era una pelea callejera. Tres jóvenes discutían violentamente. En ese instante, vio cómo dos de los jóvenes golpeaban al tercero de dura manera. Hasta que de pronto, éste cayó al piso. Las patadas seguían. Uno de ellos sacó de su bolsillo un revólver con el cual disparó. El joven dejó de moverse, mientras la sangre salía por todas partes, inundando de rojo la vereda.
Aurora sintió el corazón estremecido. Se quedó ahí, sin saber qué hacer, cómo reaccionar.
Un sujeto con chaqueta de cuero y gafas, pasó frente a ella.

El hombre
Adriano pasó todo el santo día en su departamento, ubicado en pleno centro de Vitacura, sin sacarse la chaqueta de cuero que tanto amaba.
Intentaba recordar qué había sucedido la noche anterior. No lo lograba. Pese a sus intentos, su memoria sólo funcionaba a ratos.
“Quizás qué hice y no me acuerdo”- se decía –“Cómo tan vola’o. Tengo que pensar seriamente en dejar la coca. Me tiene todo caga’o”.
Aunque adinerado, Adriano tenía unos gestos y costumbres un tanto rudos. Solía salir cada noche, luego de beber y drogarse en gran cantidad, a las casas nocturnas. Allí donde le entregaban todo el ‘amor’ que, según él, tanto necesitaba.
“De algo que sirva la plata. Si no puedo encontrar mina, mínimo que me sirva pa’ pagarle a unas buenas putas”- esta era su típica defensa al ser consultado sobre el por qué de sus constantes visitas a los prostíbulos.
Aún así, no podía acordarse de nada.

Todo había comenzado a las tres de la tarde del día anterior. Almorzó mariscos, acompañado por un elegante vino. Luego de ello fue a un bar por un tequila y algo de ron, sus bebidas favoritas.
El trago había logrado alegrarlo. Pero necesitaba más...
Salió del bar pensando en algún café con piernas. “Pero ahí no venden copete”- murmuró.
En ese caso, lo mejor era comprarse un hot dog y unas chelitas. Así lo hizo.
Esas ‘cuantas chelitas‘ se transformaron en nueve pitchers, los que lo dejaron ya bastante mareado.
Con la mirada encendida, producto del alcohol, Adriano salió del local, pensando en nuevas aventuras.
Fue ahí cuando se acordó de Consuelo.
-Hola po’ mi cabra. Tanto tiempo ¿cómo estay?
-Algo cansada, pero bien.
-Oye podríamos hacer algo ahora.
-¡Ahora! ¡Al tiro!
-Obvio po’. Te pago en efectivo lo que tú quieras.
-Está bien, te espero en mi departamento en 20 minutos.
-De allá somos.

Estaba entusiasmado con la idea de juntarse con Consuelo, la preferida de sus ‘chicas’. Hace mucho que no la veía y la estaba echando de menos.
Pasó por la farmacia, compró un par de condones y llegó hasta el lugar indicado.
-Soy todo tuyo- Consuelo abrió la puerta y el galán cayó al piso, inconsciente de tanto alcohol.
-Otra vez lo mismo- se dijo Consuelo –supongo que de nuevo no me va a pagar.

Cuando despertó eran las ocho con veinte minutos. Consuelo no estaba. Lo había dejado solo. Seguramente, como no resultó con Adriano, había ido a buscar nuevos clientes a la calle.
Hasta allí, todo bien. Al menos recordaba todo. Le dolía la cabeza, pero no tanto como para continuar buscando aventuras.
-Van dos veces ya. Si sigo así, esta mina va a pensar que soy impotente. Malo, malo. Cómo va a quedar mi imagen- pensó.

Llamó a Emilio. Su buen amigo Emilio.
-Qué hay pa’ hoy hermano. ¿Conseguiste o no?
-Pero por supuesto, como siempre no más- contestó Emilio. Vente pa’ acá.
-Pa’ allá voy.

Llegó a su auto como pudo y partió. El alcohol lo había cegado. No veía nada, no sentía nada.
Gracias a Dios llegó sano y salvo hasta la casa.
En el interior un grupo de jóvenes lo esperaba.
-Ya po’, ya po’- gritaban todos.
Sobre la mesa de centro habían una fila de papelillos blancos.
-Es de la buena- dijo uno de los presentes, que se encontraba con los ojos desorbitados.
Adriano lo comprobó. Veinte minutos después tomó sus cosas y se largó.
“La noche es joven”- se dijo a sí mismo.

Volvió al auto y partió. ¿Hacia dónde? Nadie sabía. Ni siquiera él.
A las seis de la mañana llegó hasta su departamento, con tres prostitutas a cuesta.
-Un cuarteto, ese siempre ha sido mi sueño- exclamó.
-Ojalá te la podai no más- murmuró una de las damas.
-Querís probar- dijo Adriano, en tono desafiante.
-Démosle po’- respondió otra de las elegidas.
Eso sería lo último que recordaría.

Despertó a las dos de la tarde, con la garganta adolorida, seca y apretada. De las chicas, no había ni rastro. Se sentía pésimo. Miró a su alrededor y notó que el bar estaba vacío. El 80% de sus CD habían desaparecido. Su billetera estaba en el suelo, completamente vacía. En el interior, sólo una nota que decía: “cuarteto quería el lindo”.

Quiso gritar, no lo hizo. Quiso llorar, no pudo.
A las tres de la tarde, se duchó.
Decidió entonces, salir a la calle.
Se sentía mucho mejor. Caminó, con su vieja y gastada chaqueta de cuero y un par de gafas que escondieran el rojo de sus ojos y las enormes ojeras a su alrededor.

La débil luz del sol se escondía frente a los edificios. Seguía intentando recordar lo ocurrido la noche anterior. En eso estaba, cuando de pronto sintió un disparo, que venía a estremecer la calma de la tarde.
Apuró el paso hasta llegar al lugar. Vio sangre por todos lados. Se le revolvió el estómago por todo el alcohol y droga que había consumido. Comenzó a correr y en una esquina se puso a vomitar.
Un adolescente que pasaba por el lugar, se dio vuelta a mirarlo murmurando “qué asco”.

El adolescente
Alexis tenía 17 años de edad.
Recordaba la horrible experiencia del día anterior, cuando en la noche asistió a una fiesta de su colegio.

En un principio, no tenía ganas de ir. “Tengo que estudiar”- le decía a sus compañeros.
-Pero como tan fome compadre, de ahí estudiamos. No podís ser así. Te vai a perder las medias minas.
Finalmente y ante tanta insistencia, aceptó. “Pero sólo por un rato”- dijo.
Todo el día estuvo nervioso. No sabía por qué. Es decir, sí lo sabía. El problema era que no podía confidenciárselo a nadie.
Alexis, desde siempre, había sido tímido y ligeramente temeroso. Aún no tenía nada claro. Pero sabía que la única forma de atraer el éxito y la seguridad era simulándolos. Y por supuesto, contando sólo lo que el resto deseaba escuchar.
Por eso mismo, se estaba muriendo. Ya no podía más con el secreto.
Siempre supo que era gay. En un principio trató de evitar el tema pensando que era sólo un periodo de su vida que pronto acabaría. En el fondo de su alma, principalmente en su etapa de niñez, quiso creer que estaba equivocado. No fue así.
Por ello, se sentía muy culpable. Deseaba gritarle al mundo entero su homosexualidad, pero no podía. Sus padres “o se matan o me matan”: una de dos, no había otra alternativa.

Eran ya las ocho de la tarde.
Él se encontraba en el living de su casa, cuando de pronto entraron sus padres. Cargados de bolsas, muertos de la risa.

-Hola hijo. ¿Cómo está mi regalón?- preguntó su madre.
-Hola mamita. Na’, aquí estudiando un poco.
-Tan nerd que saliste hijo. Hoy es viernes. ¿Cómo puedes estudiar en vez de divertirte?- recalcó el padre.
-De eso justamente quiero hablarles. En un rato más voy a ir a una fiesta del curso. Vuelvo temprano.
-Ese es mi campeón. Hijo de tigre- comentó el padre algo emocionado por la poco frecuente decisión de su hijo.

De vuelta en su dormitorio, Alexis se mostraba preocupado.
-¿Cómo cresta puedo ser gay? Esto es mucho pa’ mí. Si los demás se llegan enterar no me van a bajar nunca más del columpio, y respecto a mis papás, estoy seguro de que les da un infarto.

De pronto, sonó el teléfono. Contestó.
-Aló Alexis. Habla el Nacho.
-Quiu compadre, ¿qué pasa?
-Te tengo una sorpresa.
-¿Qué?- Preguntó Alexis algo intrigado.
-Te va a encantar mi sorpresa. Es que ayer llegó mi prima de Francia. Y va a ir con nosotros al carrete. Le mostré fotos tuyas y le encantaste, campeón. Dijo que te encontraba el medio mino y que quería conocerte ¿Qué te parece?
-Qué buena. De verdad que me diste una sorpresa- respondió Alexis, atónito con la noticia.
-¿Te la describo? Es de tu porte, tiene el medio pellejo, es rubia y de ojos verdes. Espero no más que no te vayas a correr como la vez pasa’ cuando dejaste con la media vena a la negrita rica esa del Colegio Inglés.
-No pasa na’- rió nervioso Alexis .
-No me defraudes, ah... te voy a pasar a buscar con ella.

Ahora sí que estaba metido en un gran lío.
Cualquiera querría su suerte. Cualquiera, menos él.
Todas las niñas de su colegio estaban interesadas en él, y éste parecía no notarlo. Más bien, no le interesaba.
Todas las veces que le presentaban a alguien, salía inventando alguna excusa. Pero hoy, era distinto. Se trataba de la prima de su mejor amigo...
-¿Qué hago por la cresta, qué hago? Ni loco me la agarro, ni loco. Qué asco- pensó.

Partió a ducharse. Pasarían por él a las diez. Quedaba poco.
Ya en la ducha sus nervios crecían. No sabía que hacer.
“Si tan sólo pudiera no ir”- se lamentaba.
Estuvo bajo el agua por más de media hora. Allí, pudo por fin desahogarse. Lloró. Como un niño, o “como una niña”- se molestaba a sí mismo.

Volvió para escoger su ropa. Unos jeans, un suéter café y chaqueta de cotelé en el mismo tono.
-Tengo que ir lo más simple posible, pa’ que ni una mina me jotee.
Dejando sus nervios de lado, se tendió en su cama y escuchó unos de los CD de Mägo de Oz, aquel grupo español que tanto le gustaba.
En eso estaba, cuando de pronto sintió un bocinazo. Miró por su ventana. Era el Nacho. Había llegado la hora. “Que sea lo que Dios quiera”- sentenció.
Apagó la luz y antes de que se diera cuenta ya estaba instalado en el asiento trasero del vehículo. A su lado se encontraba Ameliè, la temida prima.
-Hola, tú debes ser Alexis, ¿verdad?
-Sí, así es.
-Mi nombre es Ameliè. Soy la prima de Nacho y llegué ayer no más de Francia. Estuve mis buenos meses allá.
-Mmm... que interesante.
-Mmm...sí...

Pese a los intentos de ambos- fundamentalmente de Ameliè- desde un principio la cosa no funcionó. No había química. Ella era una niña muy bella. A pesar de ello, Alexis tuvo claro, incluso antes de conocerla, que nada iba a pasar.
El resto del camino fue sólo silencio. Incluso para Nacho, quien cuando conducía no hablaba porque, según él, se desconcentraba.
-Llegamos-gritó de pronto.

Era un local de mucho prestigio entre los jóvenes. Se encontraba en pleno centro de la ciudad y funcionaba hace más de un año.
Al interior estaba lleno. No había espacio para nada.
Alexis trató de alejarse lo más que pudo de Ameliè. Fue a saludar a sus demás amigos.
Estaba conversando animadamente con todos, cuando de pronto llegó hasta él su nueva admiradora. Otra más.
- Alexis, quieres bailar conmigo- preguntó Ameliè en tono sensual.
Los demás jóvenes quedaron aturdidos por la belleza de la muchacha.
-Anda, no seai leso
-Es la media mina.
-Te mato si no te la agarrai.
Le decían todos.
Alexis se sintió presionado. Ante ello, no hubo mucho que hacer.
-Vamos- le dijo.

Ya en la pista de baile se sintió menos incómodo. De pronto ella, lo agarró de la mano y lo llevó hacia la calle.
Estuvieron conversando por más de media hora. Hasta que, repentinamente, Ameliè lo besó.
-Qué te pasa, por qué haces eso- gritó Alexis enfurecido.
-Perdón, no sabía que te ibas a enojar tanto. Pensé que tu igual querías, por la forma en que me mirabas.
-Qué forma, por favor. Ni siquiera te he mirado. O sea, cómo te voy a mirar.
-Por qué no. Tú eres lindo, yo soy linda...
-A ver, tengo claro que eres linda, pero...
Antes de haber terminado la frase, ella nuevamente intentó colgarse a su cuello.
-Córtala, cargante. No te das cuenta... No me interesan las mujeres, ni lindas, ni feas, ni nada. Soy homosexual. A mí me gustan los hombres.
-Mi primo no me dijo eso- contestó Ameliè asombrada, con los ojos llenos de lágrimas.
-Tu primo no sabe ni dónde está parado- dicho eso, se dio media vuelta para regresar a su casa.
Caminó lento, cansado, vulnerable. No sabía si había hecho lo correcto o no. Como fuese, por lo menos había logrado sacársela de encima.
Llegó a su casa. Sin hacer ruido. Se fue a su cuarto.
Se tendió en la cama. En menos de dos minutos se quedó dormido. No alcanzó ni siquiera a ponerse el pijama.

Despertó a la una de la tarde. Aún confundido por la noche anterior. Se dirigió a la cocina. No había nadie. “Tal vez salieron a comprar”- pensó. Revisó su celular. Ninguna llamada, ningún mensaje.
Se duchó y salió a la calle. Se dirigió a la cafetería más cercana. Pidió un café helado, su bebida favorita.
Luego fue al cine. La película fue escogida al azar.
Pasadas dos horas, partió rumbo a la casa de Nacho. Debía aclarar las cosas. Lo más probable era que la supuesta francesita ya hubiera abierto la boca.
En eso pensaba cuando de pronto, un presentimiento pasó por su cabeza.
Le habían disparado a un hombre. “Dios mío”- suspiró Alexis.
Había muchas personas en el lugar, observando el hecho. Entre ellos, un tipo con chaqueta de cuero que estaba vomitando en una esquina.

Ellos
El joven no se movía. La sangre salía de su cuerpo hacia el exterior. El impacto había dado de lleno en la cabeza.
Los hampones que lo atacaron habían desaparecido del lugar.
La gente se agolpó alrededor. Algunos observaban la escena, temblorosos. Otros, aún no podían reaccionar.
-“Hay que llamar a una ambulancia”- gritó Aurora, cruzando miradas con Adriano y Alexis.
La hora transcurría. Los paramédicos no llegaban. Adriano, registraba sus bolsillos con la clara intención de encontrar algo. “Necesito un cigarro, urgente”- pensaba, mientras Alexis ocultaba la cara con su pelo y pensaba que tal vez la francesa no habría dicho nada.

De pronto apareció la ambulancia, seguida por los Carabineros. El cuerpo estaba inerte. No había duda, el joven había muerto.
“No hay que ser médico pa’ darse cuenta que ya estiró la pata”- pensó Adriano.
“Primera vez que veo un muerto tan de cerca”- murmuró Alexis.
“Qué ineficaces estos médicos”- señaló Aurora, algo molesta.

-“¿Alguno de los presentes vio el asesinato?”- preguntó un carabinero.
Todos negaron. Entre ellos Aurora, Adriano y Alexis.

Los policías tomaron unas cuantas notas y partieron.
Fue entonces cuando las miradas de Aurora, Adriano y Alexis se cruzaron, sintiéndose algo culpables por no haber dicho la verdad.
Pudieron hablarse. No había nada que decirse.

Aurora regresó a su hogar. Su madre debía estar por llegar. Quería prepararle un buen plato de comida china.
Adriano llamó a Consuelo para pedir disculpas por lo del día anterior. “Me tengo que reivindicar”- pensó.
Alexis caminó hasta la casa de Nacho. Había que resolver lo ya comenzado. “No me queda otra. A confesar, no más”.

La lluvia comenzó a caer.

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